Ignacio Larrañaga
El Dios de la Biblia es un Dios que cuestiona y desinstala: nunca deja en paz, aunque siempre deja paz. No responde, sino pregunta. No facilita, sino dificulta. No explica, sino complica. A su propio Hijo, en la hora de la Gran Prueba, lo deja solo y abandonado, luchando cara a cara con la muerte. (...)