El Dios de la Biblia es un Dios que cuestiona y desinstala: nunca deja en paz, aunque siempre deja paz. No responde, sino pregunta. No facilita, sino dificulta. No explica, sino complica. A su propio Hijo, en la hora de la Gran Prueba, lo deja solo y abandonado, luchando cara a cara con la muerte. A sus elegidos los lleva al desierto, donde los va forjando a fuego lento en el silencio y en la soledad. Siempre hay un Egipto de donde salir, y este Dios va sacando incesantemente al pueblo y colocándolo en marcha en dirección de una tierra prometida, llena de árboles frutales, que son: humildad, amor, libertad, madurez .