Oscar Wilde
Pero la voz del Ruiseñor se perdía. Batió sus pequeñas alas y una nube ocultó sus ojos. Su canto se debilitaba cada vez más, algo le ahogaba la garganta. Entonces tuvo un último destello de música. La blanca luna lo oyó y, olvidándose del alba, se demoró en el cielo. La rosa roja tembló embelesada (...)