Pero la voz del Ruiseñor se perdía. Batió sus
pequeñas alas y una nube ocultó sus ojos. Su
canto se debilitaba cada vez más, algo le ahogaba
la garganta.
Entonces tuvo un último destello de música.
La blanca luna lo oyó y, olvidándose del alba, se
demoró en el cielo. La rosa roja tembló embelesada
toda ella de arrobamiento y extendió sus
pétalos sobre frío de la mañana. El eco condujo
aquel bello canto hasta su purpúrea caverna de
las colinas, despertando de sus sueños a los
pastores dormidos. La música flotó entre los
juncos del río, que llevaron su mensaje al mar.
¡Mira, mira gritó el rosal , ya está terminada
la rosa!