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Ficción
Sin apenas cuerpo
Sin apenas cuerpo
Ficha
Autor:
Rodrigo Osset
Editorial:
Vision Libros
ISBN:
9788498862836
Fecha de Publicación:
2012
Formato:
PDF
pdf
Adobe Drm
Permisos
Impresión no pemitida
Copiar/Pegar no permitido
Nº de dispositivos permitidos ilimitado
€6,05
La luz entraba a puñados en el pequeño dormitorio de Pepito. Pepito, cuatro años, dormía aún. Su cabeza, sobre un perrote de lanas de trapo, su inseparable amigo. Su carita, feliz, tranquila, abandonados los brazos sobre las sábanas. Uno de los rayos de luz se escapó del puñado que entraba por la ventana, se dirigió a los párpados cerrados del chiquillo y le hizo cosquillas en ellos alegre, suavemente. El, medio sonreía sin abrirlos. El rayo de luz, travieso, le susurró al oído:-¡Ea! Móntate Pepito, vamos de aventura. Pepito se aferró al cuello de la luz y se le montó en las espaldas. El rayo se volvió por donde había venido, a través de la ventana, a lomos su infantil carga. -¿Dónde quieres que vayamos? le preguntó el rayo. - Vamos al mar contestó Pepito. Pero como Pepito vivía en la ciudad, tendrían que cabalgar y cabalgar largo rato por encima de los tejados, las antenas de televisión, las chimeneas y los altos mástiles de la radio antes de llegar al mar que estaba muy lejos. Por eso el rayo de luz le dijo a Pepito: -Bueno está bien, yo te llevo al mar pero como está muy lejos, podemos hacer, de camino, una serie de encargos que tengo, ¿te parece? Pepito asintió con la cabeza. -Entonces vamos a la huerta del tío Jacinto, ¿lo conoces? Para hacerle crecer las coles, los tomates y las rosas. El tío Jacinto es ya muy viejecito, está enfermo y no va a poder cuidar de su huerto en bastante tiempo todavía. ¡Mira, allí abajo está su huerta! Descendieron planeando suavemente como un avión que va a tomar tierra pero sin ruido. Dejó a Pepito en el suelo. El rayo de luz se metía en el corazón de cada col, en el cogollo, lo llenaba de luz y de calor y Pepito vio cómo la col, cada col, crecía y se abría, se ponía hueca y oronda. Lo mismo hizo con los tomates. Estos colgaban chiquitos y verdes, como los ojos de su perro de lanas, en las plantas ya llenas de hojas. El rayo los tocaba con un dedo y los tomates se ponían colorados como si les diera vergüenza.
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