«Explicar el título o la estructura de esta obra no haría más que promover la bruma donde no se necesita. La claridad es una alegoría poco probable; la brevedad, impuesta y autoinfligida por el lector, retoza con pasitos estropeados a lo largo de estas páginas que, al fin y al cabo, han resultado demasiado huecas para decir todo lo que hubiera debido contar». Así comienza Finales felices, libro de microrrelatos con el que Francisco Laguna Correa obtuvo el Premiode la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). El lector de este «minificcionario» hallará historias y tramas que se interrumpen y/o se desvían del camino que aparentemente debían seguir. Así tenemos historias de crímenes irresolutos y anticlimáticos, desencuentros, distracciones, humor breve, búsqueda de complicidades fortuitas, arrepentimientos y, sobre todo, ansias por terminar con rapidez lo que ni siquiera ha comenzado. Las páginas de Finales felices sostienen una sola situación: el deseo de un autor por llegar al final de la escritura con el solo propósito de desaparecer.
En palabras de Gerardo Piña Rosales —Director de la ANLE y miembro correspondiente de la RAE—, los microrrelatos de Francisco Laguna Correa «reflejan no ya a un autor en ciernes, sino a un escritor dueño de variados recursos narrativos y con una visión del mundo original y, a veces, insólita».
En la misma línea, Salvador Calva Carrasco —ganador del VII Concurso Nacional de Cuento Corto José Agustín— ha acuñado el término «ironía desmedida» a partir de los microrrelatos de Laguna Correa, y dice que “Finales felices tiene como uno de sus ejes poéticos la imprevisible voz de los narradores. Uno tiene la impresión, después de leer textos como 'Autoayuda' o 'Habitaciones', de estar frente a un grato recuerdo; pero no más. Mejor así. La total comprensión es de las peores suertes que puede tener un libro».