Ana debe cumplir su condena diaria de vivir eternamente en esa inmensa y dilapidada casona en completa oscuridad. Es aquejada de una extraña condición física, la cual le impide recibir la luz solar. Su única compañía es el gato, al cual debe alimentar siempre, todos los días de su vida, por su propia vida. Ya ella rayaba la cuarentena, y ese gato siempre estuvo allí. Ella no podía entender cómo un gato podía vivir tanto. Como tampoco comprendía cómo en todos los cuadros de las antepasadas de la familia, sea cual fuere el siglo, el mismo gato aparecía pintado. En esa casa, existe una habitación prohibida , de donde surgen lamentos de mujer todas las noches; ella una vez, hace ya muchos años, abrió esa puerta, y lo que vio fue tan horrible, que lo borró por completo de su memoria. La única casa vecina ha estado abandonada por muchos años. Hasta que se mudó el nuevo vecino, un atractivo abogado recién viudo, solo y ávido de compañía…