A principios del siglo XX la tuberculosis era una enfermedad grave, muy extendida, mal vista y marginada por completo. La construcción de Sanatorios para tuberculosos supuso una gran esperanza de curación para estos enfermos, en una época con escasos tratamientos y más necesitados de reposo, higiene y buena alimentación. Esta es la historia de uno de estos centros y de unos enfermos que allí recuperaron las ansias de vivir. Un centro que albergó ilusiones, esperanzas, frustraciones también, y de cuantos les ayudaron en su lucha contra la enfermedad. Es la historia del Bascompte, - a mí no me tocan -, dos veces operado, de Gonzalín, el niño comemoscas, de Soledad y su novio, del Dr. Bosch arrastrando con el pensamiento a sus enfermos a la playa, de Salazar, que prefirió seguir enfermo a curarse, de las celebraciones festivas, como la Primera Comunión del carretero, de la señora Rosenda, que se vino desde Bolivia, de la Blancaflor, del Segi, aquel que una vez estuvo muerto, y de tantos otros, cada cual con sus vidas particulares.Como en un pequeño pueblo se entremezclan historias, chismes, incluso calumnias. Un pueblo lleno de esperanza. Un sanatorio que hizo mucho bien cuando más se necesitaba.