El tiempo está hecho de átomos y de hierro, de ese átomo que se convierte en amor a cada paso que da y de ese hierro que se ha forjado durante milenios en el mar Cantábrico, así los versos pobres del poeta navegan entre olas de melancolía y la esperanza de un tiempo mejor que el que nos acontece. Siempre volcado en el amor a sus raíces vitorianas, a su chica y a su bolsa de viaje hecha de incertidumbre, Jorge nos muestra el rostro más humano de la cotidianidad, sin dejar de hacerse preguntas y hacernos reflexionar a falta de un pensamiento humanista que nos haga ser mejores individuos, que nos haga evolucionar y que no nos sumerja en la esclavitud del plato de lentejas en el que parece nos toca vivir. A veces, la esperanza se esconde en un beso, en un pijama, en los clásicos, en las nubes de Vitoria, Madrid o Londres que despejan el camino a otra realidad posible. En otras, el poeta se enfrenta a la muerte violenta e injusta y empuña el camino de las verdades ocultas y homenajea con sensibilidad a la estrella del verso que se apaga en los moñonos del poeta Mariano Íñigo.