Una novela sobre la generación que ha renunciado a encontrar el  sentido de la vida. Se trata de vivir el presente, y punto.
 Aviso de lectura
 Creo recordar que en una novela de Gombrowicz, Cosmos, en algún  momento el protagonista mira al techo de su habitación y ve una raya que  bien pudiera ser una pequeña grieta pero que él interpreta como un  signo, una señal, un aviso. Ver signos por todas partes es hoy uno de  los vicios que la posmodernidad nos ha legado. Vemos por ejemplo un  programa de televisión en el que sale Belén Esteban y no nos conformamos  con ver mierda sino que desde el retrete rosa nos remontamos hasta la  condición efímera de las identidades  bajo el capitalismo depredador sin  que falte quien vea en la susodicha un remake rizomático y fungible de  Madame Bovary. Todo es signo: los padres, las novias, los trabajos, los  amigos, los silencios. Signos de nada seguramente, perover signos e  interpretarlos es hoy el único juguete mental que se nos permite.
 Si cito a Gombrowicz no es solo para lucir mi cultura literaria #la  cultura es hoy un significante que apenas requiere significado-  sino  porque el protagonista de esta novela sufre a mi entender de ese  síndrome de sobresignificación que, si no les importa, llamaré «el  síndrome de Constantino», en homenaje a aquel emperador que soñó con dos rayas en forma de cruz y concluyó con el famoso In hoc signo vinces. Un protagonista -«edad indeterminada entre los treinta y los cuarenta, aire de tener estudios superiores, cierta apariencia no  convencional. Educado, pero no muy cordial. Con ese tipo de presencia o  mirada del que se le supone un vasto  mundo interior, repleto de  esquirlas y sinsabores»- que ve carteles dispersos por la ciudad y,  obsesionado, quiere pensar que revelan y esconden un mensaje. No les  extrañe: en una vida carente de sentido se trata de encontrar uno sea  como sea. Noes que se vuelva loco: para quien vive en extravío lo real  es el mapa y no la realidad. Y la novela narra eso: cómo, muerta la  realidad, solo nos queda su epitafio, el mapa, es decir, el Juego de la  Oca. De signo en signo y vivo porque me toca. No esperen a que Babelia, El Cultural, el ABCD o el suplemento cultural de  El Progreso de Lugo se lo diga: esta es la mejor novela del año. O casi.
 Reseña:
«En un momento en que la literatura actual solo se mira el ombligo en  forma de autoficción post-post-postmoderna, este libro nos reconcilia  con la idea de que se puede mirar hacia fuera con perspicacia, con  interés y con un acendrado espíritu crítico. No se la pierdan.»
Sr. Molina en el blog Solodelibros